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Turismo en la defensa del manglar

Sean Philips Pixabay
Aunque al turismo se le acusa muchas veces de causar afectaciones a los ecosistemas, también hay que reconocerle que en algunas ocasiones es una actividad que evita daños irreparables. Esta es la historia de Caño Grande.

Al municipio de San Antero históricamente los visitantes han llegado atraídos por sus playas. Sin embargo, desde 2010 se empezaron a ofrecer recorridos ecoturísticos por el manglar y el destino, además de sumar nuevos atractivos, logró una solución para un conflicto ambiental de tiempo atrás.

Los visitantes ahora, guiados por la comunidad local, pueden hacer avistamiento de delfines, manatíes, nutrias y caimanes; especialmente el famoso caimán aguja.

Para encontrar el origen de todo este proceso hay que mirar a 1992, cuando se creó el Comité de Vigilancia y Conservación del Medio Ambiente de Pescadores Artesanales de Caño Grande, cuyo objetivo era evitar “la tala del bosque de mangle y la pesca indiscriminada con tóxicos”.

El problema de la región es que, ante la falta de oportunidades, los habitantes estaban cortando mangle para venderlo como madera y, además, pescando sin control, lo que ponía en riesgo a varias especies.

La comunidad avanzó en varios proyectos, con ayuda de diversas entidades y en 2015 se articuló todo alrededor del proyecto Vida Manglar, del cual son socios entre otros, la Fundación Omacha, Conservación Internacional, Invemar y la CVS que es la autoridad ambiental de la región.

Los recorridos empiezan en la bahía de Cispatá o Playa blanca, dos de los lugares más visitados en San Antero. La operación turística la hace Asocaimán, con sus guías locales, por Caño Salado, ciénaga del Ostional y navío y ciénaga de la Soledad; y varias de estas ciénagas conectan con un sector que se llama Caño Grande, y allí hay otras ciénagas que se llaman la Coroza, Férez y La balsita.

“En esos sitios los visitantes pueden tomar el almuerzo y hacer avistamiento de aves, en particular la garza agamí, visitar muestras de agricultura orgánica y abejas sin aguijón; y luego regresan por los caños en medio de los manglares”, explica Jenifer Moná, bióloga de la Fundación Omacha.

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