“La pesca es algo fundamental para entender a comunidades como la raizal que dependen históricamente del mar”, dice Ana Isabel Márquez, antropóloga y profesora de la Universidad Nacional sede Caribe. Ella, desde hace 20 años, trabaja desde la academia y la gestión cultural en temas relacionados con la pesca y el mar.
Según explica, el mar y la pesca son espacios de vida, de representaciones simbólicas, significan más que una fuente de sustento. Se podría decir que la gente que vive en las franjas costeras casi no puede imaginar su vida por fuera del mar.
“La pesca no es un oficio, es mucho más que un oficio, es una forma de vida. Y justamente, una de las principales problemáticas es que sigue siendo vista como una actividad económica, economisista diría yo, y eso invisibiliza todas sus dimensiones sociales”, dice.
Para la gente que vive de la pesca, el mar no es un escenario. Es una forma de entender el mundo. Y la pesca no es igual en todas partes, por eso las comunidades de pescadores, que tienden a homogenizarse en el imaginario de las personas del interior, tienen marcadas particularidades. “Es muy diferente ser pescador en San Andrés a serlo en el caribe continental, por la zona, por las especies y las técnicas de pesca, por las condiciones históricas de cada región, por todo”.
En la serie de textos infantiles Hablemos del Mar, la profesora Márquez cuenta que, para los habitantes de San Andrés, tal como lo ha sido durante siglos, “el mar continúa siendo la principal autopista que une al archipiélago con el resto del mundo: por allí llega mucha de la comida y de los artículos de necesidad que usamos; por allí se saca la basura que producimos y que no podemos guardar aquí. Además, cientos de isleños raizales siguen siendo pescadores y navegantes, muchos de los cuales trabajan en barcos de carga y turismo que viajan por el Caribe y otros sitios del mundo. La pesca, hasta hoy, es una garantía para que podamos comer saludablemente y para que quienes nos rodean puedan vivir bien”.
Ana Isabel dice que, así como el término territorio remite a la tierra, es necesario hablar de los “maritorios”, pues para muchas personas el mar es parte de su vida. “Hay una noción que tenemos naturalizada de que la vida ocurre en la tierra y que el mar es un espacio vacío, deshabitado, como un baldío; pero el mar y la pesca son espacios de vida en los que se tejen relaciones sociales culturales, materiales y también simbólicas, por eso la pesca tiene una dimensión mucho más allá de ser una fuente de sustento”.
En muchos contextos la figura del pescador ha perdido importancia, no tiene la misma valoración social, el mismo reconocimiento que tuvo en otros momentos de la historia. Y es entendible en la medida en que han aparecido muchas alternativas productivas y el hombre pescador ya no representa el enlace casi exclusivo entre las comunidades costeras y el consumo de proteína en la dieta habitual.
Además, explica la profesora Márquez, el cambio es inherente a la cultura, no es posible pensar que la civilización raizal de hoy fuera como fue hace 100 o 200 años, pero aquí el mar conserva la importancia que ha tenido, en lo económico y también en esos otros aspectos que no se ven y que construyen sociedad, que definen a una comunidad.
Pese a los cambios, la pesca artesanal aún hoy es fundamental para la autonomía alimentaria de los pueblos que viven frente al mar. La pesca industrial no llegó como un proceso de transformación sino como un elemento nuevo y diferente que, además, según la profesora Ana Isabel Márquez, es altamente degradadora.
“El mar sigue siendo importante para la sociedad, es supremamente importante para la seguridad alimentaria del planeta, uno de los grandes ataques a la pesca artesanal es que no es eficiente, pero es la que le da alimento a la gente”, dice. En cambio, agrega, la pesca industrial captura altas cantidades de pescado que en muchos casos se utiliza para va a producir alimento para animales, grasas y otros subproductos.
“En el archipiélago, la pesca artesanal alimenta a la gente, mucho de ese pescado ni siquiera circula por redes de mercado tradicionales, es decir, no se compra y no se vende, hace parte de sistemas de reciprocidad que todavía persisten y que mantienen estos vínculos solidarios, lo que garantiza que mucha gente que no tiene dinero tenga acceso a este tipo de alimentos; eso fortalece el tejido social, eso sigue existiendo en San Andrés y Providencia y casi que en cualquier comunidad de pescadores del país. O sea que no produce plata, pero produce cosas más importantes”.
Por: Ana Isabel Márquez, Antropóloga, PhD, profesora de la Universidad Nacional de Colombia sede Caribe