“y vieron peces bajo el ondulante sargazo,
los oyeron en el agua,
desde la superficie,
escondidos en las piedras,
-y pensaron-
la sombra es inquietante,
mientras el líquido nos desplaza,
los peces nos alcanzan,
las rocas están vivas,
el agua nos da vida”
Muchos pescadores han tenido esas reflexiones, y no es de extrañar, pues variadas prácticas relacionadas con la modificación de los ecosistemas, de la naturaleza, vienen de los ancestros; y así es, la historia de los arrecifes artificiales probablemente se remonta al neolítico, próspero periodo de la humanidad. Se presume que habitantes de las costas de África se percataron de la gran abundancia de peces en objetos flotantes o sumergidos, así como los griegos en el Mediterráneo quienes encontraron peces en las piedras que utilizaban de anclaje para jaulas que metían al mar. También los nativos de Suramérica desde el siglo XVII han lanzado piedras, ramas y hojas para atraer peces, tradición que aún se mantiene viva para muchos pescadores artesanales alrededor del mundo.
Pero ¿qué es un arrecife artificial y cuáles son sus funciones? en resumen son estructuras instaladas por el hombre que sirven como sustrato y/o refugio para los organismos. En consenso, una definición más apropiada lo describe como uno o más objetos de origen natural o humano que se instalan a propósito en el fondo del mar para incidir en los procesos físicos, biológicos, ecológicos y socio-económicos relacionados con los recursos marinos vivos; otros incluirían en el enunciado que se disponen para simular algunas características de los arrecifes naturales. No obstante, muchas de estas estructuras no se crean adrede y por el contrario son el resultado de alguna eventualidad, como el caso de muchos naufragios ocurridos por efecto de fenómenos climáticos o como resultado de hundimientos durante las guerras. Esta definición tampoco incluye la variedad de hábitats integrados al mar como los dispositivos agregadores de peces, colectores artificiales para cultivo de invertebrados y boyas de señalización que son estructuras flotantes superficiales o de media agua, además de los muelles, cables y mangueras submarinas, que entrarían en una la categoría general de hábitats artificiales.
En su mayoría los arrecifes artificiales se han instalado para mejorar la pesca y crear nuevos sitios de buceo. Sin embargo, estas estructuras tienen la bondad de cumplir múltiples propósitos y en el abanico de sus posibilidades funcionan como: sitios de maricultura y granjas submarinas (para el cultivo de organismos marinos), protección de ecosistemas (por ejemplo de la pesca de arrastre), restauración ecológica (de arrecifes coralinos), mitigación de impactos ambientales (por pérdida de biodiversidad), conservación de la biodiversidad (de especies amenazadas), control del ciclo de vida de las especies (para favorecer la conectividad entre ecosistemas), así como herramientas para reversar la erosión costera, promover deportes como el surf y también una artefacto ideal para la investigación científica.
Para construir estas estructuras, los materiales más comunes que se utilizan son el concreto y el acero gracias a la durabilidad, compatibilidad y funcionalidad que tienen, además de la estabilidad que se les debe otorgar con la creación de diseños adecuados a las condiciones oceanográficas específicas de la localidad o región. También los hay de roca caliza, caucho, fibra de vidrio reforzada, plástico, madera, conchas de bivalvos, ladrillo y cerámica, entre otros. Las llantas tuvieron auge desde finales de los 70 y hasta los 90, pero debido a sus propiedades contaminantes por lixiviados que liberan al mar y el difícil mantenimiento de módulos estables en el tiempo, este material ha poblado el fondo del mar conformando basureros, algunas afectando los arrecifes naturales y otras inundando las playas luego del paso de una tormenta, por lo tanto su uso ha sido prohibido en algunos países. Aún así es un material que se sigue aprovechando en entornos artesanales por su fácil acceso y manipulación.
Los primeros registros verídicos del uso de hábitats artificiales provienen del Japón en 1650 con el uso de piedras para el crecimiento de algas, y luego entre 1790 y 1800 cuando por casualidad pescadores arrastraron redes cerca a un naufragio y obtuvieron ingentes cantidades de peces roncos moteados; desde entonces el país asiático se convirtió en pionero y líder de esta tecnología, diseñando una multiplicidad de hábitats, incluidas estructuras de gran envergadura (i.e., 50 m de altura) para manipular especies con fines de cultivo y para mejorar la producción pesquera; en la actualidad más del 10 % de su lecho marino o un aproximado de 20000 sitios están cubiertos por arrecifes artificiales. Estados Unidos secunda el uso de los arrecifes en el mundo con el primer reporte publicado en 1860 para aguas de Carolina del Sur, en donde pescadores disponían troncos de pino o roble en forma de choza sin techo para atraer peces. Inicialmente con un enfoque en los materiales de oportunidad como barcos, avionetas, vagones de tren y tranvías, carros y llantas, los norteamericanos han creado cientos de sitios de buceo y pesca deportiva, así como una profusa actividad investigativa entorno a los arrecifes, derivando paulatinamente en estructuras diseñadas para responder hipótesis, suplir los requerimientos ecológicos de las especies de interés y los intereses de los usuarios. Además cuentan con una infraestructura artificial compuesta por miles de plataformas de gas y petróleo en el golfo de México y la costa oeste, que recientes investigaciones las catalogaron como uno de los ecosistemas más productivos del mundo. En Europa varios países han tenido experiencias con arrecifes artificiales en contextos tan distintos como protección, cultivo, bio-remediación y ecoturismo. En el Caribe, el famoso ictiólogo John Randall cuyo deceso ocurrió recientemente, fue pionero con el estudio de arrecifes en concreto dispuestos cerca de praderas de pastos marinos en las Islas Vírgenes en 1960. En el mundo, al menos 85 países han tenido experiencias con esta tecnología.
La variedad de diseños, geometría y complejidad estructural que tienen los arrecifes artificiales, hacen de estos ecosistemas un refugio exuberante de diversidad; lugares misteriosos y encantadores llenos de vida y de color, oasis sumergidos para buzos expectantes de aventuras diferentes en el mundo submarino.
En Colombia, los pescadores se han valido de las observaciones y conocimientos que tienen del comportamiento de los peces para encontrar diferentes formas de cosecharlos. Según me cuentan algunos de los más experimentados que conozco, de 75 a 80 años, una de las prácticas más comunes ha sido utilizar manglar y piedras. Al percatarse de como las raíces adventicias del mangle rojo Rhizophora mangle crean refugio para los peces al adentrarse en el agua de las ciénagas, ellos empezaron a utilizar voluminosos fragmentos de estos árboles, de hasta dos metros de altura para anclarlos al fondo del mar y luego marcarlos sutilmente, evitando su avistamiento por otros pescadores. Los fondean para que coincida con la época de reproducción o de migraciones de ciertas especies, pues la sombra que producen las ramas sumergidas, el sonido de la corriente del agua mientras rosa la estructura, además de la protección que proporciona y el alimento que concentra y produce, hace que los peces descubran y permanezcan en lo que sería un arrecife artificial. Es interesante como el uso de los arrecifes también son una forma de co-manejo en la creación de territorios discretos de pesca entre las comunidades, y una forma de evitar conflictos por el uso del espacio marino, aunque no siempre funcione.
Los primeros reportes oficiales de esta tecnología en Colombia aparecen a final de la década del 70 en la forma de trabajos de grado de biólogos marinos de la Universidad Jorge Tadeo Lozano en el área de Cartagena y las Islas del Rosario. Estructuras de concreto, aluminio y llantas fueron el inicio de estos trabajos exploratorios. Luego, en la década de los noventa con el apoyo de instituciones públicas y empresas privadas se instalaron arrecifes de llantas y también concreto en el golfo de Morrosquillo para mejorar la pesca artesanal, lugar en donde lustros atrás los pescadores ya habían empezado a usar manglares y roca caliza para crear zonas de pesca. Más recientemente con la creación del Programa Diáspora se dio inicio a la instalación de estructuras de gran envergadura en tubería de acero, reciclada y ajustada en un proceso de limpieza para elaborar arrecifes artificiales de hasta seis metros de altura, esto gracias al liderazgo de Ecopetrol. En la actualidad se cuentan más de 60 de estos arrecifes de acero frente a las costas de Tolú, Coveñas y San Antero, que en conjunto con otros hábitats artificiales (e.g., llantas, concreto, boyas, monoboyas, muelles) son caladeros predilectos por los pescadores artesanales que utilizan cordel y constituyen casi el 60 % de las faenas de pesca, a pesar que no todos estos hábitats se utilizan regularmente.
En el Caribe de Colombia, la variedad de arrecifes artificiales existentes puede albergar más de 300 especies de peces, entre estas al menos 35 reportadas en el libro rojo, incluidas el emblemático y críticamente amenazado mero guasa Epinephelus itajara y el famoso pero vulnerable tiburón gato o nodriza Ginglymostoma cirratum
La Guajira también ha sido el escenario para la creación de arrecifes artificiales; la comunidad Wayuu a lo largo de la costa ha dispuesto llantas, carrocerías, piedras y otros artefactos. En los ochenta con el apoyo del Cerrejón se instalaron módulos de llantas frente a Riohacha y también se han implementado casitas cubanas para el manejo de la langosta espinosa Panulirus argus. Más alejado de la costa, justo en la línea del horizonte marino visto desde la playa, se alzan las míticas plataformas para extracción de gas en Chuchupa, lugar recóndito y exclusivo para una minoría de buzos que disfrutan de una gran diversidad biológica protegida por las normas de seguridad industrial. Otros proyectos de algunas ONG han instalado módulos de concreto en diferentes localidades de la baja y media Guajira, además de varios naufragios escondidos por Punta Gallinas, Cabo de la Vela y Manaure rodeados de bacalaos (Rachycentron canadum), chernas o cabrillas (Mycteroperca spp.) y cuberas (Lutjanus cyanopterus) que no todos los buzos están dispuestos a explorar. En San Andrés existen algunos barcos como el Blue Diamond, originalmente conocido como Nikonos, una pequeña embarcación cerca del sector de los cables, el velerito en el sur oeste y los reef-balls recientemente fondeados en el sector del Gobi que ofrecen una experiencia paralela a los sitios naturales de buceo que hay en la isla.
Entre 2013 y 2015 en la bahía de Pozos Colorados en Santa Marta se instalaron estructuras de acero para la conservación de la biodiversidad, el monitoreo participativo y el fomento del ecoturismo con las comunidades de pescadores artesanales también con el patrocinio de Ecopetrol. Son 12 estructuras cúbicas y piramidales que se suman al famoso barco hundido de El Rodadero en donde cientos de buzos han hecho su buceo profundo y de naufragios del curso avanzado. En cercanía de Cartagena, en el sector conocido como la ciénaga de los Vásquez en la isla de Barú, se encuentra el parque temático de buceo que lleva el mismo nombre. Allí desde hace más de una década se han fondeado remolcadores como el ARC Atlas y el ARC Tolú, y en el 2015 el famoso ARC Quindio, que junto al remolcador ARC Pedro de Heredia hundido en el 2009 frente a isla Tierra Bomba, conforman uno de los sitios más entretenidos para practicar el buceo en el Caribe colombiano.
A diferencia del Caribe, en el Pacífico se conoce poco en cuanto a los arrecifes artificiales; algunas casos puntuales con llantas cerca de Buenaventura, estructuras de acero y pequeños módulos de concreto instalados cerca de Tumaco, el planchón de barco en la isla Gorgona y tal vez el más reconocido de este tipo en la región es el ARC Sebastián de Belalcázar en bahía Solano. También se conocen los payaos que simulan balsas flotantes con hojas como señuelo suspendidas en la columna de agua y que son elaborados con material natural por las comunidades del Chocó; sumado a estos están los dispositivos agregadores de peces que emplean las grandes empresas de pesca industrial en altamar y que se cuentan por cientos, y definitivamente requieren atención en cuanto al manejo de las capturas.
Bucear en los arrecifes artificiales tiene el encanto del artificio, de lo histórico y del misterio; de ver como la naturaleza se apropia del objeto extraño, del intruso, para convertirlo en una obra de arte, en un mosaico de texturas y colores que se extiende en todas las dimensiones, en el incesante movimiento vital de la supervivencia. Las algas costrosas, las esponjas, los corales (blandos y duros), las ostras, los briozoos (animales conocidos como musgos de mar) y las ascidias matizan de formas orgánicas y fractales ingeniosos las superficies desnudas que poco a poco, con la velocidad de la corriente y el alimento que propicia, multiplican la paleta visual para los visitantes que se atreven a disfrutar de la minucia de la vida. Entre estos organismos sésiles que viven anclados a la estructura, reconocidos ingenieros del ecosistema por los micro-hábitats que forman, se encuentran escondidos y pendientes de los cambios luminosos, cientos de criaturas como rosados camarones, caracoles diminutos, curiosos cangrejos y atrevidos gusanos que se suman a la intrincada red trófica de estos arrecifes. Y si el buzo es lo suficientemente curioso también se encontrará con algunos habitantes como las langostas, las cangrejas y los pulpos sigilosos entre oquedades, nudibranquios reptando por hidroides, pepinos y lirios de mar en su impasible tranquilidad, que en conjunto adornan la decoración vivaz de los trazos geométricos cubiertos por partículas precipitadas bajo el agua.
Esa gran diversidad de peces en los arrecifes artificiales no podría existir sin las algas y los invertebrados que tejen la red trófica necesaria y el flujo de energía para su productividad. Estos organismos son más demandantes para su identificación, pero estimaciones conservadoras de lo conocido en Colombia apuntan a que su riqueza puede ascender a más de 450 especies, muchas como nuevos reportes para el país o incluso descripciones para la ciencia. Entre estas también se cuentan algunas amenazadas como la langosta espinosa (Panulirus argus), el caracol pala (Aliger gigas) y el cangrejo moro (Carpilius corallinus).
Y en esa búsqueda mientras navegamos por la fluidez del líquido azul, muchos sonreimos cuando la columna de agua se transforma en una cortina de plateados aleteos, con la rapidez que le confiere su hidrodinámica, girando suspicaces alrededor de la estructura, decenas, cientos, a veces miles de sardinas (Opisthonema oglinum), mejúas (Anchoa spp.) y detrás de ellas jureles (Caranx hippos, Caranx latus), cojinúas (Caranx crysos), sierras (Scomberomorus spp.), bonitos (Euthynnus alletteratus), pasan buscando a sus presas, ya sea el plancton que revolotea por efecto de la corriente al encontrarse con la estructura, o las tropas de roncos (Haemulon spp.), damiselas (Stegastes spp.) y arlequines (Serranus spp.) que viven circulando dentro del arrecife. A veces las sorpresas más grandes están abajo, mirando desde el fondo la sombra del buzo descendente, esperando por el saludo consabido, el movimiento de las agallas o la música que profesan en su incansable flotación. Es frecuente encontrar meros (Epinephelus itajara) de hasta 300 kg reposando sobre las superficies, de reojo inspeccionando a los extraños visitantes o tratando de esconder su gran volumen tras una columna angosta o con el revuelo del sedimento al aletear con su cola. A veces aparece la danza de los robalos (Centropomus undecimalis) circulando entre las sombras junto a curiosos pargos (Lutjanus spp.) que estrellan su vientre con la estructura en un espiral de movimientos al desplazarse por la casa, esa casa artificial que busca devolver lo que en algunos lugares se ha perdido. Así puede ser una de tantas experiencias en un arrecife artificial, un encuentro fortuito, un acercamiento fugaz, una mirada inquietante.
Los arrecifes artificiales son herramientas versátiles, soluciones basadas en la naturaleza con un inmenso potencial para solucionar un sinnúmero de problemáticas que acaecen al mar y sus fronteras. Su estudio y aplicación adecuada siempre sustentada en la ciencia, el conocimiento situado y tradicional de las comunidades, será esencial para navegar en las aguas del antropoceno. Aunque en Colombia poco se ha explorado el potencial económico de estos hábitats en términos turísticos como en otros países del Gran Caribe y tampoco existe una legislación para su implementación, en el horizonte de las opciones, son alternativas para los habitantes costeros que enfrentan los riesgos y vulnerabilidad asociada al cambio climático, la degradación de los ecosistemas, la contaminación y la sobrepesca. Estos arrecifes pueden ofrecer a través de modelos de producción sostenible, la oportunidad de desarrollar el ecoturismo comunitario, particularmente en zonas donde las amenidades naturales son escasas, mientras simultáneamente constituyen oasis de vida que puedan aportar a la conectividad de los ecosistemas marinos y costeros en busca de la anhelada sostenibilidad.
Utilizados históricamente como un arte, en las últimas décadas y a través de la investigación los arrecifes artificiales se han convertido en una tecnología con la bondad de la manipulación para probar hipótesis relacionadas con la ecología, la biología de las especies, las ciencias pesqueras, la dinámica costera y tantas otras aplicaciones que pueden tener.
Por: Óscar Delgadillo-G, Biólogo Marino MoAm