Este cambio ha sido impulsado por programas como Vida Manglar, que buscan crear un puente entre las instituciones responsables de liderar talleres y capacitaciones, y la comunidad local. Yoger Madarriaga, experto local de dicho programa y enlace clave entre las comunidades y las instituciones, ha desempeñado un importante papel en este proceso. Según Madarriaga, “reconstruir la relación de los habitantes con el manglar ha sido un reto, pero los resultados han traído grandes beneficios tanto para la comunidad como para el ecosistema».
Uno de los principales enfoques del trabajo de Madarriaga ha sido guiar a las nuevas generaciones en la preservación del lugar de transición del medio marino y terrestre. A través de semilleros, talleres en instituciones educativas y asociaciones familiares, el experto fomenta una conciencia que no solo mantiene viva la tradición familiar, sino que también incorpora una visión moderna de conservación. “Su futuro está en manos de quienes viven de él. Son ellos quienes deben liderar su restauración para que perdure en el tiempo y nuestra misión es empoderar estos procesos comunitarios”, asegura.
Es entonces como, la transición que se ha dado entre las viejas formas de relacionarse con el ecosistema del manglar, hacia una mirada desde la conservación, ha sido fruto de un cambio cultural en aquellos que han desempeñado labores entorno al manglar como un saber ancestral transferido de generación en generación. «Los miembros de la comunidad que vienen trabajando hace 40 o 50 años con los bosques de mangle, se han dado cuenta de que este podría desaparecer en cualquier momento. Por lo tanto, ellos mismos han aprendido cómo protegerlos».
Para Madarriaga, el manglar es vida y subsistencia, pero también es sostenibilidad y conservación. Su primer recuerdo con este ecosistema data de cuando tenía alrededor de 10 años, cuando su familia lo veía como un recurso natural sin mucha importancia. Sin embargo, con el tiempo y a través de la formación académica, entendió la importancia de protegerlo. «Antes, no se le daba la importancia que tiene ahora. La conservación era un concepto ajeno, pero hoy sabemos que los manglares son el hogar de muchas especies y que de su salud depende la de muchas familias».
Foto: Vida Manglar
El camino hacia este cambio no ha sido fácil. Uno de los principales retos ha sido establecer una barrera entre la ganadería y el ecosistema de manglar, además de la tala indiscriminada de árboles y la sobreexplotación pesquera. Pero gracias a las capacitaciones que se han implementado, las comunidades han comenzado a entender la importancia de establecer límites claros para asegurar su protección. “Ha sido un proceso largo, pero necesario. El diálogo y los acuerdos de conservación entre las instituciones y los locales son fundamentales para asegurar un futuro sostenible”, afirma Yoger.
La transformación de la comunidad ha sido palpable: ahora, el manglar no solo se ve como un recurso lleno de vida, sino como un ecosistema cuya protección es vital. Los niños, en particular, han mostrado una gran receptividad, participando activamente en semilleros y sensibilizaciones en las instituciones educativas, buscando que reconozcan que este es un espacio que representa el futuro de su comunidad.
Foto: Vida Manglar
Madarriaga tiene claro que su aspiración es ver el manglar preservado en las mejores condiciones, con una relación más consciente y sostenible entre los habitantes y el ecosistema. «El manglar representa vida, sostenibilidad y conservación. Su cuidado es vital para la biodiversidad y para las generaciones futuras. Mantener este equilibrio será clave para el bienestar de San Bernardo del Viento y sus habitantes», concluye.