En un rincón del Caribe colombiano, entre raíces retorcidas, aguas tranquilas y memorias desplazadas, nació en 2016 un comité que cambiaría la historia de su barrio: los Guardianes del Mangle. Surgieron de una necesidad urgente, como cuenta Luz Marina, su lideresa: “Veíamos el barrio lleno de basura, de plástico… y dijimos: vamos a formar un comité con las personas que se nos quieran unir para limpiar y enseñarle a la comunidad que esa basura puede matar el manglar”.
ACNUR/Luisa De la Espriella
Lo que empezó con jornadas de aseo y sensibilización fue germinando en un movimiento comunitario que no solo protege el manglar, sino que cultiva sueños, saberes y futuro. Hoy, este grupo está conformado por pescadores artesanales, víctimas del conflicto armado y líderes y lideresas que han sembrado raíces en el territorio con amor, compromiso y una visión compartida: devolverle al manglar la dignidad que merece.
Un tejido de cultura, naturaleza y resistencia
Desde sus inicios, los Guardianes no han visto la protección del ecosistema como una acción aislada, sino como parte de un proceso integral de transformación social. Así surgieron también espacios culturales como el club de cine ambiental, el grupo de danza de bullerengue con mensajes alusivos al manglar, y jornadas pedagógicas con los Guardiancitos del Mangle, una apuesta por la formación intergeneracional.
“Queremos que cada casa tenga una planta de mangle”, sueña Luz Marina, “que todos se sientan parte de la restauración. Porque el manglar no es solo nuestro techo natural, también es refugio, alimento, frescura y futuro”.
El trabajo no ha sido fácil. “Lo más difícil es cambiar la mentalidad de la gente”, confiesa Luz Marina. “Nosotras dejamos a nuestros hijos, nuestras casas, nuestras labores, y lo hacemos de corazón. Porque amamos este lugar. Porque queremos verlo hermoso, rodeado de árboles, lleno otra vez de peces, garzas, vida…”. Su voz se quiebra, pero no vacila: lo que hacen no es voluntarismo ingenuo, es resistencia organizada.
Aliados que suman
Con el paso del tiempo, diversas instituciones se han unido a la causa. Inicialmente, la Alcaldía y la organización SIDE apoyaron algunas de las primeras iniciativas. Más recientemente, ACNUR —la Agencia de la ONU para los Refugiados— ha sido un actor clave en el proceso de fortalecimiento organizativo del comité, acompañando la formalización de su corporación legal y brindando asistencia técnica.
Entre el 14 y el 17 de mayo, más de 90 voluntarios de la Fundación SURA compartieron con las comunidades de Necoclí y Turbo una vivencia profundamente transformadora en torno al cuidado del manglar y el fortalecimiento de los lazos comunitarios. Desde Agenda del Mar nos sumamos a este voluntariado junto al comité ambiental Guardianes del Mangle, conformado por líderes y lideresas del barrio El Pescador, en una agenda que incluyó talleres de comunicación, limpieza de manglares en Pescador 1 y 2 —de donde se extrajeron 719 kilos de residuos—, juegos, mentorías, actividades artísticas e intervenciones colectivas. Este espacio fue una invitación a narrar el territorio desde adentro, a tejer comunidad y a empoderar a sus habitantes como protectores activos de un ecosistema vital que sostiene su historia, su identidad y su futuro.
Hoy, los Guardianes no solo lideran jornadas de recolección de residuos o siembra de manglares, sino que están construyendo las bases de su más grande sueño: convertirse en el vivero comunitario más grande del país. Ya gestionaron la donación de 19.000 semillas y están mapeando el territorio para iniciar las plantaciones. “Queremos que este lugar se vuelva un referente. Que la gente llegue y diga: esto es una maravilla. Que no quieran irse de aquí”.
Un llamado a mirar distinto
En un país en el que muchas veces se habla de conservación desde lo técnico, los Guardianes del Mangle nos recuerdan que proteger un ecosistema es también abrazar una forma de vida, un sentido de pertenencia, una historia tejida en comunidad. Aquí no hay discursos grandilocuentes: hay manos que limpian, pies que bailan bullerengue en medio del lodo, ojos que sueñan un manglar reverdecido.
Porque como dice Luz Marina, “no se puede cuidar lo que no se conoce, ni amar lo que no se valora”.
Y quizás ahí radica el verdadero poder de su lucha: en recordarnos que la esperanza también echa raíces.