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Un mar de ballenas en un océano cambiante

Fotos: Esteban Duque Mesa
Fotos: Esteban Duque Mesa
Las ballenas, más que simples criaturas marinas, son esenciales para el equilibrio de nuestros ecosistemas. A lo largo del tiempo, hemos pasado de temerlas a reconocer su invaluable contribución al planeta. Descubre cómo estas majestuosas gigantes no solo nos cautivan, sino que desempeñan un papel crucial en la regulación del clima, el ciclo de nutrientes y la biodiversidad marina.

Por: Esteban Duque Mesa, Biólogo especialista en ballenas, guía polar.

Las ballenas son animales icónicos, seres inmensos con características únicas que bien podrían pertenecer a una criatura de leyenda. Desde hace siglos han sido parte de nuestra cultura popular y están presentes en nuestras historias, en los cuentos de aventureros marinos y hasta en los relatos religiosos de muchas cosmogonías.

Al principio, nuestra relación con ellas se basaba en el miedo. Para nuestros primeros ancestros eran monstruos marinos gigantes que podían tragarse a una persona de una bocanada. Conforme las conocimos mejor, intrépidos marineros decidieron enfrentar sus miedos y sacar provecho de eso que antes les aterrorizaba, sobreponerse al poder de la naturaleza poniéndose uno a uno con los seres más grandes que han existido en este planeta.


Durante siglos cazamos millones de ballenas. Por poco, este ser icónico, símbolo de la magia del océano, estuvo a punto de desaparecer. Pero en el año 1986 tomamos una buena decisión como humanidad: parar la cacería de ballenas. Desde entonces, las poblaciones de muchas de estas especies se han recuperado sorprendentemente y ahora nos dedicamos a admirarlas desde nuestras pequeñas lanchas. Este cambio de visión y paradigma dio un giro al destino de decenas de especies, pero también, sin darnos cuenta, cambió nuestro propio destino.

En estos 38 años de protegerlas hemos aprendido lo importantes que son para la salud de nuestros ecosistemas marinos, el clima de nuestro planeta y, por ende, para nuestro propio bienestar.

Si bien son los animales más grandes de la tierra, ellas se alimentan de animales muy pequeños. Una sola ballena puede consumir más de una tonelada de peces pequeños o krill en un solo día y esto viene acompañado de una grandísima cantidad de excrementos. El popó de las ballenas regresa al agua y alimenta a las algas microscópicas que componen la base de los ecosistemas marinos: el fitoplancton. Estas algas diminutas, la mayoría unicelulares, son las que toman la energía del sol y la ponen a disposición del resto de organizamos vivos, como el krill o los peces pequeños que comen las ballenas, pero también de los peces más grandes que consumimos incluso los seres humanos.

La presencia de las ballenas en el ecosistema permite que la energía se concentre en los organismos productores, asegurando que ese eslabón crucial que son las algas siempre tenga nutrientes disponibles para su crecimiento, lo cual impacta positivamente al resto del ecosistema, incluyendo el pescado que comemos. Por si fuera poco, estas algas son las que producen el 50% del oxígeno del planeta, brindando una atmósfera habitable para el ser humano y la vida en la tierra como la conocemos.

Pero su impacto positivo no para ahí. En los últimos años nos hemos dado cuenta de la capacidad que estos animales tienen para secuestrar el carbono y así disminuir los impactos del cambio climático. La mayoría de las moléculas que componen nuestro cuerpo y el de cada ser vivo están construidas con una base de carbono. El carbono es uno de los átomos más abundantes en la composición de los seres vivos y lo obtenemos a partir del alimento que consumimos, pero tiene su origen en el Dióxido de Carbono atmosférico, el mismo que producen las industrias, los automóviles y que genera la crisis climática que estamos atravesando actualmente. Son las plantas y las algas, organismos fotosintéticos, las que se encargan de tomar ese carbono del aire y transformarlo en azúcares que luego nosotros y el resto de los organismos no-fotosintéticos podemos utilizar. En últimas, nuestro cuerpo está hecho de átomos de carbono que antaño eran el humo de la erupción de un volcán, la exhalación de otro animal o incluso los gases de escape de un carro en una avenida concurrida. Así funciona la vida, nada se pierde, todo se transforma.

Si nos ponemos a pensar, las ballenas son los organismos vivos más grandes del planeta (al menos los que tienen más átomos en su cuerpo). Si una gran parte de estos átomos son carbono que antes solía volar por los aires cambiando el clima del planeta terminan siendo parte de una ballena, hay buenas noticias. Cuando una ballena muere y se hunde en las profundidades del océano, ese carbono queda atrapado en las aguas frías y oscuras de los fondos abisales. Mientras esa ballena se descompone allá abajo, el carbono va a integrarse a ese ecosistema y tomará miles de años para que retorne a la superficie, contrario a lo que ocurre cuando un árbol o animal terrestre muere, pues en pocos años ese carbono del cuál estaban compuestos regresa al aire en la forma de gases de descomposición o como el humo de un incendio forestal.

Una sola ballena a lo largo de su vida puede secuestrar más carbono que miles de árboles. Esta gran cualidad que tienen para ayudarnos a mantener en balance el clima del planeta es uno de los argumentos más importantes para conservarlas.

Si los seres humanos buscáramos estrategias tecnológicas para suplir los servicios que las ballenas nos brindan con solo existir, gastaríamos mucho tiempo, dinero y energía. A través del secuestro de carbono, el turismo y el aporte de nutrientes al fitoplancton que aporta oxígeno y brinda salud a las poblaciones de peces, una sola ballena aporta a la economía humana en promedio 2 millones de dólares (o unos 8 mil millones de pesos colombianos).

Pero aunque ellas nos ayudan en este proceso del cambio climático, también se ven afectadas por él. El calentamiento del planeta ha tenido impactos sostenidos en la temperatura del mar, lo que afecta a todas la criaturas vivas. Afortunadamente, las ballenas tienen una gran capacidad de movilidad, lo cual les permite cambiar de sitio si las condiciones apropiadas para su bienestar no se cumplen. Pero este es el primer resultado observable del impacto del cambio climático en ellas: cambios en su distribución.

En las zonas de reproducción, donde las ballenas vienen a copular y dar a luz a sus bebés durante el invierno (como en Colombia), las ballenas están acostumbradas a temperaturas de entre 24 y 30 grados centígrados. Varios estudios han mostrado que las ballenas están cambiando los lugares que solían frecuentar para reproducirse debido a las altas temperaturas presentadas en la últimas décadas. Además, la situación es aún más grave en sus zonas de alimentación. El calentamiento del agua en la Antártida ha disminuido el área de hielo marino presente, bajo el cual hordas de krill se reproducen. Menos hielo marino significa menos comida disponible para las ballenas, lo cual también significa que deben viajar más para encontrar mejores sitios para comer y que tendrán menos energía para dedicar a su reproducción.

El pasado 19 de febrero, recordamos y celebramos la decisión de proteger a las ballenas, pero también hacemos conciencia del camino que nos falta por recorrer. Con acciones pequeñas desde nuestro hogar podemos aportar al bienestar del mundo y ayudar a estas aliadas maravillosas en el proceso de sanar la tierra. Las ballenas vienen a enseñarnos que el amor y el cuidado hacia los demás es la mejor forma de cuidar de nosotros mismos.

Por ahora, sigamos reduciendo nuestro consumo de plástico, disminuyendo nuestras emisiones de carbono y haciendo lo posible por dejar una huella positiva en nuestro entorno. Sigamos disfrutando y amando el planeta en el que vivimos y aprovechemos la posibilidad que nos da la vida de visitar a las ballenas en las aguas de nuestro hermoso Pacífico colombiano.

Para mí ver ballenas es un encuentro con la magia del océano, es ir a sentirse pequeño ante la inmensidad de la vida mientras miramos la madre naturaleza a los ojos.

 Ahora, ¿te sientes agradecid@ con las ballenas?

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