Por: CN (R) Jorge Prieto Diago.
Mar que entra y sale con fuerza, bosque muy húmedo tropical, vegetación abundante, playones que se forman cuando baja la marea, cielo nublado y aguaceros torrenciales casi a diario, nacimientos de agua, cascadas, ballenas jorobadas con su migración anual, comunidades indígenas y afrodescendientes, y plástico, mucho plástico que el mar devuelve a la tierra con cada puja.
Así es el Parque Nacional Natural Uramba Bahía Málaga, ubicado en el litoral del Valle del Cauca. No hay carretera, solamente se llega por mar, en el muelle de Juanchaco nos recibe Sergio Pardo, vamos por el pueblo y va recogiendo tapas y botellas, como si quisiera limpiar todo a su paso mientras nos cuenta que no hay un sistema de recolección de basuras establecido en esa zona, lo que incluye a las comunidades de La Barra, Ladrilleros, Puerto España, Juanchaco, Miramar y La Plata. La basura se quema y genera gas carbónico.
Su casa está a dos kilómetros por la ruta a Ladrilleros, mi impresión es que está en medio de la selva, Sergio vive con una perra labrador y dos gatos, también hay camas para las visitas y los turistas que llegan a pasar temporadas. Allí llegó a vivir justo cuando dejó su trabajo como capitán del Silky, el catamarán a vela de la ONG Biodiversity Conservation Colombia en el que cuidaba el santuario de flora y fauna de Malpelo.
Al lado de su casa construyó con ayuda de amigos la sede de Plástico Precioso Uramba, nos muestra sus máquinas, comienza con la trituradora y explica el proceso que sigue a la recogida de los plásticos que quedan en la playa cuando baja la marea, después de clasificarlo, y de lavarlo con agua lluvia lo traigo a la trituradora, donde lo vuelvo hojuelas, y habla como si quisiera contarle al mundo todo lo que está aprendiendo sobre los plásticos y el reciclaje, son tantas sus ganas de enseñar que muy pronto conozco del proceso, en mi ignorancia pregunto por las emisiones de CO2, aquí no hay emisiones contesta enfático, esto es un arte, es como hacer pan, se va aprendiendo a moldear, no se quema, cada plástico maneja una temperatura diferente, y para explicar el tema de la presión habla de la extrusora, la segunda máquina, va contándonos como la construyó, lo cual según él es fácil porque son modulares y Precious Plastic facilita los planos. Habla de todo lo que puede hacer con ella: filamento plástico para impresoras 3D, columnas y bases, ladrillos; aprendo sobre los siete tipos de plásticos con símbolos de reciclaje, los que él trabaja son los seguros, esto es que al someterlos a temperatura no se derriten.
Habla con propiedad de todo lo técnico y entiendo que su formación profesional como oficial de submarinos de la Armada Nacional debió servirle mucho para manejar un proceso nuevo en sólo siete meses. Continúa con sus máquinas, la inyectora, con la que hace piezas más pequeñas y más precisas, y luego viene la compresora, que es un horno con apariencia de Transformer y empieza a contar los proyectos que van saliendo y los soñados, habla de los pupitres que quiere hacer en plástico cuando consiga alguien con dinero que quiera apoyar a la comunidad, -la comunidad-, cada vez que menciona el proyecto habla de la comunidad y voy entendiendo que no se trata de un negocio, sino de una solución a problemas visibles que los beneficien. Tiene una gran vocación de servicio y contagia a quienes lo rodean con sus ideas y sus proyectos, sin pena va involucrando y sumando voluntarios, yo quedo embarcado en el proyecto de libro con las Mujeres de Ébano.
En la noche, en medio de la oscuridad y los sonidos de la selva, en la terraza de su casa le pregunto: ¿por qué nació esta consciencia conservacionista? y me empieza a contar historias de lo que ha visto durante sus navegaciones, como la del piquero de nazca que encontró atrapado en medio de un aro de plástico, y que pudieron rescatar y soltar; cuenta que en cada viaje encontraba líneas de pesca a la deriva, en una de ellas liberó dos tortugas, pero una de ellas quedó con un anzuelo atravesado en el cuello, me habla del pez espada de dos metros que encontró muerto en otra línea de pesca, de los pesqueros extranjeros en isla Malpelo que van dejando redes por doquier. Quería buscar soluciones y sus amigos de Fundación Ecopazifico con los que limpia playas le comentan sobre Precious Plastic, investiga y se vincula a este proyecto internacional que apoya con toda la información disponible a los que quieran emprender soluciones para comunidades, en Colombia ya somos tres los que estamos implementando este proyecto de reciclaje no industrial, me comenta, son proyectos para limpiar comunidades por medio de una alternativa de transformación, y escuchándolo veo cómo va evolucionando una idea, acomodándose a las las necesidades.
Al otro día estamos navegando por Bahía Málaga, vamos a la cascada de La Sierpe y a la de las Tres Marías, el paisaje es fascinante, el verde frondoso de la selva que termina en el mar, este es el paisaje del Pacífico que lo encantó hace casi dos años cuando entró navegando a vela y decidió que acá viviría. Más tarde en el kayak va mirando hacia el mar, trato de tomarle una foto que pueda reflejar su mirada y me cuesta trabajo creer que este joven con barba larga sea el mismo que andaba cuatro años atrás con una agitada vida social en Cartagena, le pregunto si extraña esa vida y me contesta que no, he tenido grandes experiencias en el mar que me hicieron comprender que la vida es muy corta, entender que la espiritualidad es más importante que un empleo, además las fiestas playeras son mejores. ¿sabe que si extraño?, navegar a vela, la vida en un barco, allí está la escuela del conocimiento, en su navegación en solitario aprendió que puede llegar hasta dónde sus capacidades lo lleven, en un barco aprendió la importancia de cada cosa, allí aprendí los hábitos ecológicos sin saber mucho, sino por la necesidad, uno está con toda su basura sólo en la mitad de la nada concluye-. Y es que en su casa vive como en un barco, nadie va hasta allá a recoger su basura, le toca disponer de ella de manera inteligente sin afectar su ambiente, desde que lleva cosas a su casa está pensando cómo va a ser la disposición final de sus desechos.
En esos días, bien sea frente a un acantilado en el hostal de sus amigos emprendedores o caminando por las playas al atardecer nos sigue contando historias de barcos, de mares duros, de los buceos en Malpelo, de pájaros oceánicos, calamares gigantes; cuando habla de los tipos de tiburones, Santiago mi hijo lo escucha como si fuera un anciano sabio, aunque Sergio solamente tiene 32 años, está lleno de anécdotas del mar. Ha tenido que ver la invasión del plástico, pero no se ha quedado quieto, primero usó su capacidad de convencimiento para que la Armada le ayudara a sacar basuras, pero esto no es fácil, en lo complejo y costoso del proceso entendió que el plástico se debe reciclar donde se recoge, y que para que impacte verdaderamente no se debe pensar en un negocio industrial sino en un tema de compromiso ambiental, de comunidades que solucionen los problemas y que cubran las necesidades de la región.
Gracias a esta experiencia de conocer a Sergio y su proyecto de transformación de plásticos entendemos que una forma de aportar para la solución de los problemas no es solamente pensando en: yo que puedo hacer como individuo, sino que nos lleva a pensar en: nosotros que podemos hacer como comunidad, y una comunidad es una familia, un edificio, un barrio.
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