Los colombianos van a quedar de quintos, pronosticaban en Graz, Austria, sede del Campeonato Mundial de Rugby Subacuático al ver que trece de los quince jugadores de nuestra Selección masculina hacían parte del club paisa Orcas que venía de ganar en Alemania, por primera vez, la Copa de Campeones, el torneo de clubes más importante de este deporte. Gracias a ese sorpresivo triunfo, conseguido el pasado noviembre, llegaron a la nueva cita deportiva con cierto favoritismo, pero los europeos nunca los vieron con una nueva medalla de oro.
Y es que como relata Manuel Celis, jugador de la selección campeona, no querían que un equipo no europeo se ganara ese mundial pues tienen esa reserva; somos los bajitos, los negritos, los que no tienen fuerza, a los que les toca ir con sus propios recursos.
Pero los cafeteros hicieron historia y el pasado 3 de agosto quedaron campeones con un marcador 2-0 frente a Noruega. Inesperado, tratándose de unos contrincantes que además de ser los favoritos se caracterizan por su fuerza y corpulencia. ¿Entonces cómo lograron ganarles? Con un estilo de juego diferente.
Nuestro juego no es de fuerza, se basa más en la velocidad. Los noruegos son unos vikingos de 120 kilos con los que no podemos irnos al choque, por esto la estrategia principal de nuestro entrenador es la velocidad para generar en ellos fallas con su defensa. Son jugadores con los que no es conveniente irnos de tú a tú pues no tenemos la fuerza ni los kilos, comenta Manuel, quien además de jugar como defensa es el secretario del Club Orcas.
Contrarrestar el estilo de juego de los europeos fue la estrategia del entrenador y jugador Samuel Gaviria, a quien llaman el arquitecto del rugby porque prácticamente reformó todo lo que se había visto hasta entonces. Fue, además, quien anotó el segundo gol cuando restaba un minuto para finalizar el partido.
Velocidad y recuperación rápida fueron claves para la victoria. Nosotros no hacemos una apnea estática, siempre estamos moviéndonos y aguantamos los jalones, los apretones o los golpes, entonces hacemos una recuperación muy fuerte y a pesar de estar cansados responder a la velocidad que nos entren, comenta el jugador.
En los calentamientos, explica, botan todo el aire de los pulmones y entran el agua para tener el aire residual por más tiempo. Así van aumentando la capacidad para poder aguantar varias jugadas. Cada entrenamiento es diferente, dependiendo de la temporada y el lugar donde van a competir.
Falta más apoyo
Más allá de lo deportivo, lograr estos triunfos internacionales ha sido posible gracias a los esfuerzos económicos individuales de cada jugador, puesto que no cuentan con empresas que los patrocinen. Es un deporte costoso, pues por ejemplo, las aletas especiales cuestan unos 550 mil pesos, mientras que un viaje internacional con tiquetes, alojamiento, alimentación, inscripción al torneo, pago al entrenador y transporte local ronda los 7 millones por persona.
Estos gastos normalmente salen de sus propios recursos, aunque a veces recurren a la venta de comida o de camisetas. Infortunadamente el filtro para saber quién asiste o no a un torneo internacional es el tema económico. Sabemos que ninguno es indispensable en el equipo y que por falta de presupuesto podría quedarse alguno.
No obstante estas dificultades y el silencio del Estado que tampoco los apoya, los jugadores siguen su lucha para seguir cosechando triunfos y ahora mismo están enfocados en ganar las paradas nacionales que les asegure un cupo para la próxima Copa de Campeones en Berlín. Seguir ganando medallas y que la gente los felicite o los invite a ronda de pandebonos como les sucedió en Bogotá después de lograr el oro en Austria, son recompensas por las que vale la pena sumergirse hasta el límite de sus fuerzas.