Cada año, y desde hace más de sesenta años, se realiza en las playas de Santiago de Tolú (Golfo de Morrosquillo), un singular evento que dada su autenticidad, belleza y colorido, constituye un hermoso espectáculo que nadie debiera perderse.
Lo que inicialmente era una simple y espontánea carrera de botes a vela tripulados por alegres pescadores que regresaban a puerto una vez concluidas sus faenas de pesca, ahora es un sinigual evento que disfrutan, no solo los habitantes de esas playas, sino todos los turistas que visitan las hermosas y tranquilas playas del Golfo del Morrosquillo.
Son embarcaciones artesanales, construidas por los mismos pobladores, con los saberes y la información técnica simple que se van recibiendo de generación en generación. Las velas, que inicialmente eran blancas y en telas burdas de algodón, hoy han evolucionado a telas más elaboradas que permiten muchos colores y que precisamente resultan ser hoy uno de sus mayores atractivos. Los colores vivos y alegres con los que pintan los cascos y los particulares nombres con los que bautizan estas embarcaciones resultan ser un verdadero tributo a la imaginación.
En un día del mes de enero, cuando los vientos alisios llegan con más fuerza y en una fecha escogida por la alcaldía de Tolú, unas ochenta embarcaciones, divididas en varias categorías, desde muy temprano y partiendo de muchos sitios, navegan hacia la desembocadura del Caño Alegría, desde donde en las horas de tarde, cuando el viento ya es más fuerte, sale la regata que todos esperan ver y disfrutar. El recorrido son unas 6 millas náuticas (11 Kms) y termina en la playa del antiguo hotel Morrosquillo, en donde a ritmo de porros, vallenatos y gritos de alegría, los toludeños reciben todos los botes participantes en una verdadera fiesta popular.
La salida de la regata es uno de los momentos más emocionantes. Todas las embarcaciones están filadas sobre la playa, sus velas flamean al ritmo del viento y las olas rompen sonoramente sobre sus proas. Los tripulantes de los botes y sus acompañantes se preparan para arrastrarlos sobre la arena y meterlos rápidamente al mar. A una señal de salida, ahogada por los gritos de alegría, empujan los botes con todas sus fuerzas por entre las olas tratando desesperadamente de esquivarlas y luego inflar sus velas para ganar la velocidad que quieren para adelantar a sus oponentes y llegar primero que ellos.
Lo que en un principio es una lucha desesperada por alejarse de la orilla, una vez lo logran y las velas se inflan, se convierte en el más hermoso espectáculo de velas que parecen mariposas del mil colores que vuelan y se alejan luchando con el viento y las olas, buscando el rojo sol del atardecer.
Ya en el mar y con un fuerte viento, los tripulantes libran una feroz lucha por adelantar a los otros botes. El capitán con la pagaya( timón) en la mano, mira el viento y ordena casar la escota, el guindero hace contrapeso para evitar la escora y el achicador con desespero saca el agua que entra por las bordas en cada salto que da. Todo esto en medio de gritos y voces que salen de sus gargantas y que denotan la emoción incontenible que ellos sienten.
En la playa de llegada la emoción no es menos. Los amigos y familiares de los competidores miran el horizonte y tratan de predecir lo que está pasando en el agua. Arengas y vítores se mezclan con la música de fiesta. Cuando los botes se aproximan a la meta y la emoción se hace incontenible, se lanzan al mar a recibir al bote ganador y a sus tripulantes. Entre gritos y hurras, los campeones son llevados en hombros a la playa donde son abrazado por todos como héroes que acaban de lidiar y ganar la mayor batalla de sus vidas.
Para los toludeños, competir en las regatas es una tradición y un orgullo. Ganar la regata es hacer realidad el sueño de sus vidas. Ellos, los ganadores y sus botes, son admirados por todos y recordados por muchos años. Botes artesanales, tradiciones marineras, playas hermosas y la alegría de un pueblo hacen de las regatas de veleros en Tolú un espectáculo maravilloso que todos debiéramos vivir y disfrutar.
Juan José Jaramillo