Por: Santiago Arbeláez Arango
Perder un tripulante es una de la mayores desgracias y tristezas que puedan suceder a una tripulación. Así nos sentimos por estos días, nuestro cófrade Carlos Enrique Piedrahita cambió de rumbo y dejó la flota súbitamente.
Navegando a vela se conoce lo más profundo de cada persona, y con Carlos fueron muchas las singladuras recorridas. Compartimos noches de tertulia en varios veleros y puertos, historias con sabor a marisma, carcajadas francas, contando historias, echando cuentos y humedeciendo la palabra con alguna bebida espirituosa.
Otras veces compartimos mesas de navegación definiendo derrotas y tomando decisiones náuticas, a las que siguieron maniobras marineras de cambio de velas y todas las actividades acordes a la navegación. En otras oportunidades hablamos de literatura e historia naval, o definiendo textos y apoyando la Agenda del Mar.
Carlos fue un buen amigo, franco, respetuoso y noble, con carácter, respetando la diferencia y mediando los desacuerdos con criterio y ecuanimidad.
Pero los marineros siguen presentes por siempre, y podemos estar seguros de que en las noches de mar, estando al timón de algún velero levantaremos una copa al viento para recordar a nuestro compañero de navegación, seguros de que este querido pirata también brindará con la suya.