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¿Cuánta contaminación hay en el pescado que comemos?

Actualmente, la calidad de la pesca se está viendo afectada por la contaminación en el mar y las causas principales son la mala disposición de residuos o de vertidos y la falta de tratamiento de muchos compuestos químicos.

Artículo publicado en el libro 'Arrastrando la montaña hacia el mar', que circuló con la Agenda del Mar 2018.

Por: Andrea Luna Acosta y Susana Caballero*

Los mares y océanos del planeta se han visto cada vez más afectados por problemáticas ambientales como la sobrepesca, la contaminación, la introducción de especies exóticas y el cambio climático, que ponen en riesgo la sostenibilidad de los seres vivos y de los ecosistemas marinos. El crecimiento poblacional, y en consecuencia, el incremento de la demanda tanto en agua como en productos alimenticios extraídos de los mares, han generado también una grave crisis a nivel mundial dada la falta de recursos y políticas de control en la explotación de los mares, que regulen actividades como la pesca y el consumo del agua para actividades industriales, agrícolas y domésticas. Se hace urgente tomar medidas al respecto si no queremos que se vea afectada nuestra salud ni la de nuestros seres queridos.

El origen de la contaminación marina

El 80% de la contaminación marina proviene de actividades humanas en tierra (UNEP, 2000). 

Actividades industriales, agropecuarias y domésticas contribuyen fuertemente a la presencia de metales pesados y de otros contaminantes químicos (agroquímicos, hidrocarburos, etc.) y biológicos (virus, bacterias, etc.) en el mar. Dentro de las actividades industriales, las actividades que más contribuyen a la presencia de metales pesados en el mar son: la metalurgia, la electroquímica, el uso de combustibles fósiles, la fabricación de baterías, la fabricación y uso de pinturas, la combustión del carbón, entre otras. En las actividades agropecuarias, el uso de abonos, fertilizantes y plaguicidas que contienen metales pesados también influyen en la presencia de estos compuestos en el mar. Incluso en nuestras actividades domésticas, el uso de tuberías de plomo, de balines, o la disposición inadecuada de desechos orgánicos participan en la presencia de metales pesados y de otros contaminantes químicos y biológicos en el mar.

 ¿Cómo los seres humanos afectan la salud de los ecosistemas marinos?

Aunque los derrames de petróleo sean responsables de un 12% del petróleo que entra en los mares cada año, una gran parte (el 36%) viene de desechos y escorrentías de las ciudades y de la industria (TRB & NRC, 2003). Los nutrientes de los fertilizantes están provocando la aparición de “zonas muertas” en los océanos. El plástico se ha convertido en la fuente principal de contaminación en los océanos y el Foro Económico Mundial estima que para el 2050 habrá más plástico que peces en el mar si no se hace algo al respecto (WEF, 2014). Por otro lado, cada vez hay más pruebas de que una serie de sustancias químicas hechas por el hombre pueden afectar la salud de los ecosistemas marinos, llegando a provocar una pérdida importante de su biodiversidad.

De las bolsas de plástico a los pesticidas, la mayoría de los desechos que producimos en la tierra finalmente son liberados en el ambiente. De ahí, pueden viajar por largas distancias en el aire y el agua, incluyendo las corrientes oceánicas. Esto incluye el petróleo, las grasas y aceites, los fertilizantes, los plásticos y otras basuras sólidas, las aguas residuales y los químicos tóxicos (Islam & Tanaka, 2004).

El petróleo puede llegar a sofocar la vida marina hasta asfixiarla por completo, y ha llevado a cambios en el comportamiento y a una falla en el aislamiento térmico de aquellos organismos que sobreviven. En términos generales, puede llegar a cambiar todo el ecosistema de un área afectada, ya sea una costa o un océano profundo (Islam & Tanaka, 2004).

El escurrimiento de fertilizantes de las granjas y céspedes es un problema enorme para las áreas costeras. Los nutrientes que llegan de esta manera provocan un desarrollo descontrolado de algas en el agua, lo que agota el oxígeno disuelto en el agua y termina sofocando otra vida marina. A este fenómeno se la llama eutrofización. La eutrofización ha creado en varias partes del mundo, incluyendo el golfo de México y el mar Báltico, enormes “zonas muertas”, llamadas así debido a sus muy bajas concentraciones de oxígeno disuelto en el agua (Islam & Tanaka, 2004).

La basura plástica, que se descompone muy lentamente, es a menudo confundida con comida por los animales marinos. Se han encontrado altas concentraciones de material plástico, sobre todo bolsas de plástico, bloqueando las vías respiratorias y digestivas de muchas especies marinas, incluidas ballenas, delfines, focas, aves y tortugas. Los anillos plásticos de seis unidades para las botellas de bebidas también pueden ahogar a los animales marinos. Debido a las corrientes marinas, se han generado incluso islas de plástico en los océanos que llegan a ser dos veces el tamaño del estado de Texas o del tamaño de la Península Ibérica.

En esas islas de plástico y sus alrededores, el volumen de residuos es hasta seis veces mayor al de la vida marina. Además se ha observado que los plásticos no se degradan por completo. Estos plásticos que dejamos de ver a simple vista no desaparecen sino que se descomponen en plásticos microscópicos, llamados microplásticos, que siguen contaminando el medio ambiente pero que ya no vemos a simple vista (Islam & Tanaka, 2004). Estos problemas no deberían estar ocurriendo teniendo en cuenta que el plástico se puede reciclar y reutilizar. Hay un potencial económico que se está desaprovechando con estos residuos como lo presenta Gunter Pauli en su libro la Economía Azul (Pauli, 2010). Además, así mucha de la basura y de los desechos se liberen en el océano, a cientos de millas de distancia de la tierra, estos terminan llegando a la costa, donde contaminan las playas y otros hábitats costeros, afectando actividades económicas como el turismo.

Estimación de la cantidad de plástico que habrá para el 2050. Fuente: Wold Economic Forum, 2014.

Por otro lado, en muchas partes del mundo no se les hace tratamiento a las aguas residuales. Estas aguas residuales contaminan nuestros ríos, mares y océanos. Hacen falta más sistemas de alcantarillado y plantas de tratamiento de aguas ya que las aguas residuales también pueden conducir a la eutrofización de los océanos. Además, pueden causar enfermedades humanas y llevar a los cierres de playas debido a la presencia de altas concentraciones de bacterias y de otros microorganismos en el agua.

Los productos químicos también entran en el mar a partir de actividades terrestres. Estos pueden escapar al agua, al suelo y al aire durante su fabricación, uso o eliminación, así como de fugas accidentales o incendios en productos que contienen estos compuestos químicos que en ciertos casos son tóxicos y pueden destruir la bioquímica, el comportamiento, la reproducción y el crecimiento de la vida marina (Islam & Tanaka, 2004). Además, las personas se contaminan directamente de los productos del hogar o por comer mariscos contaminados y grasas animales.

¿Cómo la contaminación marina afecta la salud de los seres humanos?

Hasta los años setenta, los químicos y los residuos fueron botados de manera deliberada en los océanos y se convirtieron en una práctica común para toda clase de residuos, incluidos los plaguicidas y los desechos radioactivos. En vista de que el 70% de la Tierra está cubierta de agua, se asumía que estos vertimientos y residuos se disolverían a concentraciones inofensivas para el ambiente y la salud humana y terminarían por desaparecer por completo. Pero en realidad, estos no han desaparecido y sus efectos pueden verse fácilmente ya que han entrado en la cadena alimenticia.

Actualmente, los contaminantes que más están afectando a los seres humanos son los metales pesados como el mercurio, el plomo, el cromo y el arsénico, y los pesticidas. Una vez los metales pesados son liberados en el medio ambiente, llegan a los suelos y con la llegada de las lluvias son lavados de los suelos y llegan a los ríos. Como los ríos terminan desembocando en los mares y océanos, estos compuestos químicos terminan llegando a los ecosistemas marinos. Otros compuestos químicos se evaporan en la atmósfera y terminan acumulándose en las nubes hasta ser liberados con las lluvias en los ríos, mares y océanos.

Una vez en el agua, estos compuestos se precipitan en el fondo del mar. Ahí hay bacterias que transforman compuestos como el mercurio en compuestos aún más tóxicos como el metilmercurio. Los animales marinos se encuentran en distintos niveles en la cadena alimenticia. Los que están más abajo de la cadena alimenticia, se alimentan de plantas y algas. Los que están más arriba de la cadena alimenticia, se alimentan de peces que a su vez se han alimentado de peces y otros animales marinos más pequeños.

Los pequeños animales en el fondo de la cadena alimenticia, como el plancton en los océanos, absorben los productos químicos mientras se alimentan. Debido a que no se descomponen fácilmente, los productos químicos se acumulan en estos organismos, en concentraciones más altas que en el agua o el suelo circundante. Estos organismos son comidos por animales pequeños y la concentración aumenta de nuevo. Estos animales son a su vez comidos por animales más grandes, que pueden recorrer grandes distancias con su carga química aún mayor. Los animales más arriba de la cadena alimenticia, como las focas, pueden tener niveles de contaminación millones de veces más altos que el agua en la que viven. Y los osos polares, que se alimentan de focas, pueden tener niveles de contaminación de hasta 3.000 millones de veces más que las concentraciones que encuentran en el ambiente. A este proceso se le llama biomagnificación (Luna-Acosta, 2016).

Hay otros contaminantes cuyas concentraciones no aumentan en la cadena alimenticia. Esto puede pasar con metales como el cromo o el plomo. Sin embargo, con los años, las concentraciones de estos compuestos van siendo cada vez más altas dentro del organismo. A este proceso se le llama bioacumulación. El metilmercurio se biomagnifica y se bioacumula (Luna-Acosta, 2016). Debido a todos estos procesos, estos compuestos terminan entonces en el pescado que comemos, es decir en nuestros platos y pueden afectar nuestra salud.

Países que más contribuyen a las emisiones de mercurio en el mundo. Fuente: United Nations Environment Programme (UNEP), Global Mercury Assessment, 2013.

Las consecuencias que pueden tener los metales pesados en el organismo son difíciles de predecir ya que muchos factores entran en juego tales como la toxicidad del metal, el tiempo de exposición, la dosis de exposición y la sensibilidad del organismo, que difiere entre cada individuo. Además hay muchos otros factores en el ambiente que pueden incrementar o disminuir los efectos de estos compuestos en el organismo.

Como ejemplo puntual de contaminación química está el mercurio, un metal que actualmente se utiliza en diversas actividades tales como la minería del oro. La forma más tóxica del mercurio es el metilmercurio el cual se puede incorporar fácilmente en el cuerpo por consumo de peces que están en aguas contaminadas, y puede causar daños en los seres humanos, tales como ceguera, sordera, problemas de crecimiento, deterioro pulmonar, efectos en el sistema nervioso, etc. Estos impactos en la salud humana se evidenciaron claramente en la bahía de Minamata en Japón, donde en los años setenta una empresa liberó mercurio directamente en el mar lo que provocó graves casos de intoxicación y de enfermedades neurológicas (Fujiki & Tajima, 1992).

Contaminación de los recursos pesqueros de la bahía de Cartagena y Barú

La bahía de Cartagena es uno de los sistemas estuarinos más importantes del Caribe colombiano. Según un estudio pesca de artesanal y de condiciones ambientales, la población no tiene sentido de pertenencia de sus recursos naturales, lo que hace difícil implementar una gestión sostenible de los recursos marinos (Guzmán, 2006). La FAO muestra efectivamente que en tan sólo 15 años se ha pasado de un desembarco de casi 16 000 toneladas a uno de casi 4.000 toneladas para el Caribe colombiano (FAO, 2014). Adicionalmente, se han detectado concentraciones de mercurio en peces del Canal del Dique y de la bahía de Cartagena (Olivero et al., 2009; Cogua et al., 2012) y de metales como el cadmio, el cobalto, el mercurio y el plomo en sedimentos del río Magdalena que en parte terminan en el Canal del Dique (Tejada-Benítez et al., 2016). Los sedimentos que arrastra el Canal del Dique tienen una influencia en la bahía de Cartagena que llega hasta los corales de las Islas del Rosario (Moreno-Madriñan et al., 2015). Se han evidenciado recientemente efectos de esta contaminación en el área y en animales marinos de la zona (Aguirre-Rubí et al., 2017 a,b).

Basic es el primer estudio que ha analizado y encontrado concentraciones de plomo y cromo en los peces de la bahía de Cartagena. Adicional al mercurio, otros contaminantes se están acumulando en el recurso pesquero.

Las concentraciones de cromo y de mercurio en los peces de la bahía de Cartagena llegaron a ser hasta dos veces más altas que las concentraciones límite establecidas por organismos internacionales de 1,000 µg de cromo/kg de pescado, y tres veces más altas que concentraciones que han mostrado un efecto de toxicidad en niños de 100 µg de mercurio/kg de pescado, especialmente en época seca. En cuanto al plomo, las concentraciones fueron hasta ocho veces más altas que la concentración límite definida para niños por la Unión Europea de 50 µg de Plomo/kg de pescado, especialmente durante la época de lluvias.

Estos resultados muestran que existen riesgos para la salud humana y que pueden incrementarse si se tiene en cuenta que las comunidades locales consumen pescado prácticamente todos los días e incluso varias veces al día. Adicionalmente, los resultados sugieren que se trata de procesos recientes de acumulación de estos metales en los peces (<6 meses).

Sin embargo, es muy importante no llegar a la conclusión de que la solución se encuentra dejando de comer pescado. El consumo de pescado presenta unos beneficios nutricionales que no deberían ser ignorados, especialmente para las comunidades locales que dependen altamente de esta fuente de alimentación y, según la FAO y la OMS, el riesgo en la salud humana puede llegar a ser mayor si se deja de comer pescado.

Por otro lado, los patrones de migración podrían afectar a los peces que viven en el área marina protegida cerca de la Bahía de Cartagena (Parque Nacional Natural Corales del Rosario y de San Bernardo), que podrían verse afectados por la pesca de peces inmaduros y por la acumulación de contaminantes en sus tejidos, lo que podría ir en contra de las medidas de protección llevadas a cabo por las instituciones.

Los resultados del proyecto Basic pueden ayudar a generar conciencia sobre el estado de la pesca y de la contaminación actual en la bahía de Cartagena, en los riesgos que esto representa, y en las regulaciones que hacen falta para la sostenibilidad del uso de los recursos naturales y de la seguridad alimentaria. Estos riesgos pueden incrementarse en el contexto del cambio climático global, que aumentará la acidez y la temperatura del agua, lo que favorecerá la biodisponibilidad de los metales pesados y su capacidad a acumularse en la cadena alimenticia.

*Andrea Luna Acosta, Ph.D.
Profesora e investigadora del Departamento de Ecología y Territorio de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales y Directora del Semillero de Investigación Aquasistemas de la Pontificia Universidad Javeriana. Profesora y científica visitante en la Universidad de La Rochelle (Francia), la Universidad de Bordeaux (Francia), el Centro de Documentación, Investigación y Experimentación sobre la Contaminación Accidental de las aguas (CEDRE, Francia), la Universidad del País Vasco (España) y el Smithsonian Tropical Research Institute -STRI (Panamá). Miembro de la Sociedad Iberoamericana de Contaminación y Toxicología Ambiental -SICTA- y de la Sociedad de Toxicología y Química Ambiental -SETAC.
Susana Caballero, Ph.D.
Profesora e investigadora del Departamento de Ciencias Biológicas de la Facultad de Ciencias y Directora del Laboratorio de Ecología Molecular de Vertebrados Acuáticos -LEMVA. Profesora y científica visitante en University of Auckland (Nueva Zelanda), University of California (Estados Unidos), Edith Cowan University (Australia), University of Waikato (Nueva Zelanda), Ohio State University (Estados Unidos), Hatfield Marine Science Center (Estados Unidos), San Francisco State University (Estados Unidos) y Universidade Federal do Amazonas (Brasil). 
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