Por: Jorge Prieto Diago. Capitán de Navío (R)
Dice la tradición que un nudo marinero jamás se suelta, entre más jalan de él más fuerte se hace y así, como los nudos marineros, son los hombres de mar, pues entre más vicisitudes tenga su formación, más expertos se harán en un destino que los atará definitivamente al mar.
Como viviendo aferrados a un pasado que nadie quiere que se vaya, los grandes veleros surcan los mares llevando en sus entrañas grupos de noveles marinos que se entrenan en las tareas a bordo, en el arte de utilizar olas y corrientes, mareas y vientos a su favor.
Estos grandes veleros son los descendientes de los clíperes que cubrían las rutas de comercio hasta finales del siglo XIX, los que fueron desapareciendo con la llegada de la propulsión a motor que redujo los tiempos de viajes. También llegó el momento en que era económicamente insostenible mantener las tripulaciones de estas naves por lo que solamente las armadas de los países y las escuelas náuticas auspiciadas por fundaciones pudieron mantenerlas navegando. Los grandes veleros sobrevivientes se convirtieron en buques escuela y nació la tradición de seguir construyéndolos para entrenar a las nuevas generaciones.
Los navegantes expertos deben aprender a posicionarse en el mar, a estudiar la meteorología, la oceanografía y las comunicaciones marítimas, a conocer sus buques, a dominar la maniobra. Todo esto lo aprenden en forma teórica en escuelas de formación y capacitación, y lo pueden practicar en simuladores y buques a motor; sin embargo, la navegación a vela los obliga a observar las condiciones para sacar el mejor provecho de la relación entre su embarcación y el medio. Deben adaptar sus cuerpos a un clima y situación de estabilidad diferentes. Por eso las armadas quieren que sus mejores hombres vivan esta experiencia única e irrepetible.
La camaradería vivida a bordo de un buque escuela crea fuertes lazos de hermandad. Convivir durante meses de crucero compartiendo estrechos espacios, agua y comida restringidas, y comunicaciones con tierra reducidas a las necesarias, logran que se acaben los egoísmos, que se caigan los formalismos y que las personas se lleguen a conocer en su esencia. Bien decía en alguno de sus libros el escritor colombiano Álvaro Mutis: Las amistades que se hacen en el mar nunca se olvidan.
Los grandes veleros no pasan desapercibidos. De lejos son majestuosos, acercarse y detallarlos es fascinante, encontrar piezas que funcionan desde su construcción, equipos y sistemas de robustez mecánica y alta confiabilidad, soluciones simples, detalles de marinería perfectos y una adaptación a las nuevas tecnologías que no les hace perder su particularidad.
A quienes no tienen la oportunidad de navegarlos a bordo, les queda la invitación para conocerlos en puerto e integrarse con sus simpáticas tripulaciones. Los marinos son embajadores de sus países, atienden a los visitantes de manera cordial y se esfuerzan por transmitir su cultura y mostrar su mundo náutico a quien tenga el interés de escucharlos.
La figura alegórica que va en la proa de los grandes veleros se llama mascarón de proa. Tuvo su auge en el siglo XVI y declinó a principios del siglo XX por aerodinámica, peso y costos. Hoy en día se mantiene esta tradición con obras de arte como mujeres, héroes, reyes, sirenas y figuras mitológicas.