Por: Jorge Herrera
Como biólogo marino de profesión y como instructor de buceo desde 1994, he tenido el privilegio de pertenecer a un grupo muy especial de personas que vemos en el buceo algo mucho más valioso que el solo hecho de enseñar esta actividad. Desde el principio, nos hemos enfocado, además de la enseñanza del buceo, a la educación ambiental a través de talleres con comunidades, organizando y liderando jornadas de limpieza submarina o involucrándonos de una u otra manera en algunos proyectos de carácter científico. Hace más de 12 años, comenzamos en Diving Planet, una aventura muy especial, construir y compartir experiencias de buceo con personas en situación de discapacidad, enfocando nuestro esfuerzo en aquellas en estado de vulnerabilidad.
Iniciamos esta aventura sin tener mucha idea de cómo trabajar con estas personas, eso sí, llenos de entusiasmo y poniendo todos nuestros recursos y nuestra experiencia como instructores al servicio de esta hermosa causa. Sin embargo, vimos la necesidad de tener más herramientas para poder ofrecer una mejor experiencia a estas personas y fue asì que, gracias a la Fundación Diving Planet, recibimos formación como instructores de buceo adaptado a través de la IAHD (International Association of Handicapped Divers).
Nuestro propósito es convencerlos a todos de que son capaces de bucear, hacerles notar que la discapacidad está en la mente y no en el cuerpo. Claramente, hay diferentes niveles de discapacidad que requieren mayor o menor asistencia, que les permitirá sumergirse hasta 12 metros o simplemente quedarse en la superficie con una máscara y un tubo en sitios de muy poca profundidad; todos ellos pueden liberarse de esa silla, esa prótesis o muletas que los limita, entrar en un ambiente acuático, experimentar la sensación de ingravidez y moverse o desplazarse libremente, en mayor o menor grado, de acuerdo a su discapacidad.
El director de nuestra fundación, Andrés Obregón, encontró la manera de unir lo social con lo ambiental, usar el buceo como herramienta para ayudarles, en parte, en sus procesos de rehabilitación y aprovechar para educarlos ambientalmente, conectarlos con los ecosistemas marinos, en especial, los arrecifes de coral que es donde realizamos nuestras actividades; hacerlos embajadores de los mismos y que se vuelvan voceros de su importancia y de la necesidad urgente de su protección y conservación.
He tenido la suerte de haber sido asignado como instructor a personas con diferentes discapacidades, mujeres y hombres, unos que nacieron con ellas, otros que la adquirieron en algún momento de su vida en diferentes circunstancias; solo tres casos les quiero mencionar, el primero, Pedro Juan, un soldado del Ejército de Colombia, víctima de una mina antipersonal que le quitó el brazo derecho y sus dos piernas desde la cadera; otro, José Luis, un niño que perdió su visión en un desafortunado accidente en el colegio y, el más reciente, mi amigo Luis, quien adquirió su discapacidad hace aproximadamente siete años, al contraer leptospirosis, una enfermedad bacteriana que se transmite a los seres humanos a través de la orina de animales infectados. La gravedad de su enfermedad obligó a los médicos a amputarle sus dos brazos, por debajo del codo y sus dos piernas, por debajo de la rodilla. A partir de estos tres casos quiero hacer un par de reflexiones.
Con personas en situación de discapacidad o no, lo más importante es establecer una relación de confianza entre instructor y alumno; el instructor es facilitador de un proceso, clave en el mismo, por supuesto, pero que solo será la persona que está a su cargo quien tome la decisión de sumergirse y un punto clave es la confianza que se haya generado. Imagínemos qué nivel de confianza se debe tener con un ciego que se aventura a sumergirse a varios metros de profundidad sin tener idea de qué va a pasar allá abajo. Hay situaciones muy complejas ¿Qué puedes hacer cuando el alumno no tiene manos?,¿Cómo se hace para que el alumno logre compensar la presión en sus oídos si no puede pinchar la nariz y tratar de soplar por la misma y las otras técnicas de compensación no le están funcionando? Es ahí cuando tienes que poner toda tu experiencia y lograr ser, prácticamente, UNO con tu alumno, intuir en qué momento requiere tu ayuda.
Estoy convencido que este largo recorrido ha sido un proceso de mutuo aprendizaje; a veces, no nos damos cuenta de lo mucho que estas personas nos han enseñado, incluso más de lo que nosotros hemos podido ofrecerles.
Finalmente, quiero resaltar que durante todo este proceso, siempre hemos encontrado personas maravillosas, llenas de sensibilidad que a título personal o en representación de instituciones, han puesto sus recursos, tiempo y disposición al servicio de esta causa. Al CIREC (Centro Integral de Rehabilitación de Colombia) que fue nuestro primer aliado, a Sandra Bessudo por su permanente apoyo a través de La Fundación Malpelo y la APC (Agencia Presidencial de Cooperación), al Gobierno Nacional, a través del Ministerio de Defensa y del CRI (Centro de Rehabilitación Integral), a la Fundación Matamoros, a la Fundación REI (Fundación para la Rehabilitación Integral), a Boris Wüllner, Juana Sarmiento, Tatiana Márquez y a muchos otros sin quienes no habría sido posible que cerca de 300 personas, mujeres y hombres, niñas y niños desde los diez años de edad, todos ellos con diferentes discapacidades tanto físicas (amputaciones, parálisis, ceguera) como de carácter cognitivo (síndrome de Down, parálisis cerebral) hayan tenido la oportunidad de vivir experiencias extraordinarias a través del buceo.