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Resguardo le apuesta al turismo sostenible

Las comunidades indígenas del resguardo Monochoa, en Araracuara (Caquetá), prefieren el turismo que la minería. Crónica de un viaje.

Por: Santiago Arbeláez Arango

Colombia es un país privilegiado en cuanto a recursos naturales, donde 142.682 km2 de su territorio está constituido por parques naturales o zonas protegidas. Su extensión y diversidad geográfica también la hace una nación inmensamente rica en grupos étnicos con unos 100 grupos indígenas en el territorio nacional, permaneciendo algunos de ellos con poco o incluso ningún contacto con lo que denominamos mundo occidental o moderno.

Pero este territorio lo compartimos todos e infortunadamente este intercambio entre culturas no ha sido siempre exitoso. Solo basta recordar la triste diezma de los Nukak Maku una vez hicieron contacto cultural, o tantos grupos indígenas que han perdido su identificación cultural y que tristemente vemos aun en semáforos de nuestras ciudades en teoría desarrolladas. Basta recordar las escalofriantes historias de la época del caucho vivamente descritas en La Vorágine, o cuando se hacían cacerías de indígenas en el Orinoco y se pagaba por ello.

Pero el mundo avanza y las culturas necesariamente tienen que encontrarse en muchos casos, y el planteamiento inteligente está en cómo hacer que no haya una cultura ganadora y otra perdedora, en cómo hacer que ambas ganen.

Hace poco tuvimos oportunidad de asistir a este ejercicio. Ingresamos a un mundo totalmente desconocido para nosotros, los asistentes coincidimos en forma unánime que fue una experiencia enriquecedora, conocimos personas sumamente interesantes, y sobre todo, conocimos de primera mano sus interesantes planteamientos.

Viaje a la selva

Desde Medellín tomamos un pequeño avión que como una máquina del tiempo nos llevó por el valle del río Magdalena hasta cruzar por Paso Colombia la cordillera Oriental, después de sobrevolar la Sierra de la Macarena aterrizamos en San José del Guaviare donde nos reunimos con otras personas que venían de Bogotá. Aprovisionados de combustible reiniciamos con rumbo sur el viaje, y una vez dejada la población de Calamar continuamos durante cerca de dos horas sobrevolando la selva cerrada y el mundo perdido de Chiribiquete, el secreto mejor guardado de la humanidad.

El paisaje se describe como una mezcla del verde de la selva, con los ríos color vino tinto dado por la fuerte carga de taninos que tienen, todo ello enmarcado por el azul intenso del buen clima que por suerte nos acompañó. Una vez perdidas las comunicaciones con los centros de control de tránsito aéreo cambiamos de mundo y nos convertimos en invitados.

El dato

Colombia Oculta es la agencia de turismo de naturaleza que desde hace 4 años realiza estos viajes al resguardo Monochoa, para convivir y compartir con sus pobladores. La invitación está abierta a ONG y organizaciones que quieran ser parte. Informes: [email protected]

Después de cruzar el río Yarí iniciamos nuestro descenso y ocupando la línea del horizonte aparece el majestuoso río Caquetá. Confiando en el GPS que nos guía continuamos hasta ver aparecer una pequeña población y una pista que fue literalmente tallada por los presos cuando esta región fue utilizada como presidio en forma contemporánea con Gorgona. Aterrizamos en la pista de gravilla y somos magníficamente recibidos por el grupo de soldados destacados allí. Finalmente llegamos a Araracuara, donde antes creían que se acababa el mundo.

Caminando hacia el extremo de la pista conocimos el Cañón del Diablo, un acantilado donde se estrecha el río formando raudales, y donde además vienen las guacamayas a anidar en sus verticales paredes (Araracuara significa nido de guacamayas).

Luego de hora y media de caminata llegamos al puerto sobre el río Caquetá y tomamos varias canoas que a ritmo de “peque-peque” nos transportaron río arriba hasta la comunidad de Tiribita, donde dormimos la primera noche. La segunda pernoctamos en la comunidad de Caño negro.

Un “museo vivo cultural”

Los paisajes de la selva son imponentes. Los ríos que transitamos en las canoas son de una hermosura que impregna todos los sentidos, las cascadas y formaciones naturales son simplemente imponentes. En cada sitio que visitamos validamos la riqueza geográfica que poseemos, la fragilidad de la misma y la inmensa responsabilidad que directa e indirectamente tenemos en su conservación.

Pero muy probablemente el asunto que más nos impactó en este mundo atemporal fue el intercambio de opiniones que tuvimos con las personas de la etnia Uitoto, pertenecientes a las seis comunidades que conforman el Resguardo Monochoa en el Caquetá. En forma generosa nos tuvieron como invitados, amablemente desalojaron sus malocas para que nosotros colgáramos allí nuestras hamacas, y compartieron con nosotros su pescado, casabe y fariña. Tal como nuestro amable guía nos dijo, nos permitieron hacernos parte por unos días de este “museo vivo cultural”.

Reunidos en la maloca, los nativos “mambeaban” y sin tapujos discutían con nosotros sus preocupaciones y alternativas de futuro. El contacto cultural genera para ellos una tremenda paradoja.  Sin ese contacto son ricos, autónomos, controlan su mundo y son sostenibles, una vez que contactan el mundo occidental se vuelven pobres inmediatamente. En este mundo se necesita dinero para lucrarse de los beneficios que esta cultura les puede ofrecer, y para obtenerlo muy fácilmente se puede comprometer la existencia de toda esta cultura que ha sobrevivido en forma milenaria.

La solución no es el aislamiento. El contacto es necesario e inevitable, pero debe ser bien dado. Tener agua tratada, tener adecuadas y mínimas condiciones sanitarias, o tener acceso a la salud es bueno para ellos, y además lo desean. Saber hablar español no quiere decir dejar de hablar su lengua, entre muchos otros aspectos. Algunos de los niños ya llevan el corte de pelo de futbolistas famosos, los zapatos tipo Crocs son comunes y llegar a tener un celular es una ambición frecuente.

Foto: Gustavo Echeverri

El dato

En este viaje se llevó a cabo una pequeña brigada de salud, a cargo de la Patrulla Aérea de Antioquia que entregó medicamentos básicos y desparasitó a más de 70 personas, con el apoyo de la Patrulla Aérea de Bogotá. Agenda del Mar, por su parte, entregó material educativo.

El reto está en cómo lograr generar recursos económicos que no provengan de prácticas ilegales o invasivas (propuestas no les faltan), y que además les permitan mantener su cultura en las nuevas generaciones. Ante esto se abre una oportunidad con el turismo, pero no el turismo destructivo y arrasador que ha llevado al traste otras culturas indígenas. Se refiere al turismo culto, no masivo, respetuoso, liderado por personas que entienden claramente este concepto y que conocen y son conocidas por estas comunidades.

Durante largas horas en las malocas discutimos en forma desinteresada los beneficios y riesgos de esta fórmula. Fuimos privilegiados de poder asistir a estas conversaciones en donde finalmente ellos nos invitaron a compartir con la gente esta idea de turismo, que ellos prefieren llamar visitas de intercambio.

Después de tres días regresamos a nuestro diario quehacer en la ciudad, y créanme, no dejo de pensar en cada momento en aquellas personas generosas que súbitamente se dieron cuenta que están en jaque ante una cultura que no perdona. Confiemos en que seamos lo suficientemente inteligentes y acertados de lograr mantener vivas esas culturas inmensamente ricas.

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