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El delfín que se transformó en hombre”

Para Fernando Trujillo todo inició como un salto de fe, a sus 20 años, contó con la suerte de escuchar a Jacques Cousteau, a quien admiraba. Luego de una pregunta Cousteau le sugirió ir al Amazonas a estudiar los delfines rosados.

Para Fernando Trujillo todo inició como un salto de fe, a sus 20 años, contó con la suerte de escuchar a Jacques Cousteau, a quien admiraba. Luego de una pregunta Cousteau le sugirió ir al Amazonas a estudiar los delfines rosados, pues nadie los estaba estudiando aún. 34 años después, Trujillo sigue contando con pasión cómo fue su primera experiencia frente a ellos en el Amazonas.

Recuerda con una sonrisa esa oportunidad que tuvo y cambiaría su vida. Llegó en un vuelo de carga y viajó en una lancha prestada, estaba en séptimo semestre de la universidad, era un joven que creía tener todo el conocimiento: “Salí muy temprano a las 5:00 a.m. fui al río, había una capa de neblina que cubría casi todo, solo se podía ver más o menos metro y medio entre el río y la capa neblina. De pronto escuché un estruendo. Salieron varios delfines, saltaron, se perdieron en la neblina, volvieron a salir de la neblina y cayeron al agua. Y yo pensaba ¡Qué es esto, esto es mágico! Cómo hacemos para proteger un sitio como este”.  Allí, encontró no solo una de sus pasiones, sino, su propósito de vida. Hoy en día todavía se sorprende al pensar que hay delfines en la selva. Esta especie cautivadora le parece además “un elemento poderoso que al mismo tiempo genera fascinación, alrededor de los delfines puedo explicar temas de contaminación, deforestación, sobrepesca, basura, erosión, contaminación por mercurio… Se volvió un elemento muy interesante, tienen mil historias alrededor de mitología por parte de las comunidades indígenas.”.

Los delfines se convirtieron en la excusa perfecta para proteger y garantizar la conservación de ecosistemas y especies. Se enamoró hasta tal punto que las comunidades comenzaron a llamarle Omacha. Luego de un tiempo preguntando qué significaba le explicaron sobre la leyenda Omacha, que significa “hombre delfín”. Los indígenas creían que él era un delfín que se había vuelto ser humano para proteger a los delfines.

Actualmente es el Director Científico y socio fundador de la Fundación Omacha, es biólogo marino de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, con Maestría en Ciencias Ambientales en la Universidad de Greenwich (Londres, Reino Unido) y Doctorado en Zoología en la Universidad de Aberdeen (Escocia).  Ha liderado y participado en aproximadamente 50 expediciones científicas “Mi profesión me ha hecho viajar mucho, cada una es un momento diferente de mi vida, entonces percibo las cosas de una manera diferente.” Los viajes además de conocimientos científicos le han dado experiencias de vida que le permitieron crecer como persona “te dan la posibilidad de ver a través de los ojos de otras personas una misma realidad, porque a veces creemos que nuestra brújula moral o nuestros ojos es lo que es y no es así, generalmente estamos equivocados y tenemos mucho que aprender de los demás”.

De las expediciones que recuerda destacan cuatro: la oportunidad que tuvo de ir a Chiribiquete, en la que se conformó un equipo de científicos muy pequeño y se sintió privilegiado de ver la fragilidad de los ecosistemas en un sitio como este. Otra en 1994, al Río Caquetá, en la que construyeron una balsa junto a un grupo de holandeses y se fueron 4 meses a la selva. También a sus 19 años, recorrió Suramérica en un velero con un grupo de científicos, junto a él solo había otros dos estudiantes. Por último, su viaje a la India, donde pudo recorrer el Río Ganges en un barquito chiquito “un río donde había áreas con cadáveres humanos flotando, otra parte donde había una biodiversidad increíble, era un contraste muy poderoso”.

Le atraen los destinos que lo sacan de su zona de confort, donde debe dejar a un lado juicios morales y encontrarse con diferencias muy marcadas entre culturas “de alguna manera los viajes te enseñan a la empatía con los demás seres humanos, te enseñan a no juzgar a la ligera, te enseñan a ser un poco paciente y a tener una consciencia mucho más planetaria que pensar siempre en el pedazo de tierra donde uno está parado”. Asegura que la única forma de entender la visión local de un lugar es hacerse un poco local, convivir con las personas, entender sus creencias y problemáticas.

Además de los viajes y la biología le gusta leer, hacer ejercicio y caminar. Se llena de amor cuando habla de su compañera de vida Maria Isabel, con quién comparte su pasión y conexión por la naturaleza y de sus hijas, Diana y Sofía, a quienes inculcó desde pequeñas el cuidado de la naturaleza y las ha motivado a conectarse con ella. “Cuando Diana era pequeña yo me la llevaba a campo y estaba conmigo en el Amazonas por periodos largos de tiempo, incluso la metí en hogares de bienestar familiar indígena” Sin embargo, es difícil lograr un equilibrio cuando se lleva una vida que exige ciertos desapegos materiales y emocionales, aunque Fernando encuentra la forma de mantener esa conexión con sus seres queridos, siempre viaja con un teléfono satelital, que suele ser para las emergencias, una de ellas es poder estar en contacto con su familia.

Su abuelo le mostró el mundo de la fotografía, lo inspiró y le permitió explorar lo que se convertiría en su mecanismo de escape al estrés y el trabajo. En la fotografía encontró lo que lo sustrae de la cotidianidad, empezó cuando era joven con la fotografía análoga, compró su primera cámara con mucho esfuerzo cuando estaba en el colegio. “Me gusta de alguna manera compenetrarme con la naturaleza a través de la fotografía”, se siente privilegiado de lo que ha logrado “me maravillo con toda la belleza que he podido ver, he sido afortunado de visitar sitios espectaculares y de alguna manera capturar eso en la fotografía. Poderlo compartir con los demás es muy bonito, me siento muy honrado con eso, para mí, es fundamental conectarme con lo que estoy tratando de estudiar y proteger”.

Al hablar de sus sueños y del futuro hace una pequeña pausa, luego de pensarlo un poco dice: “que hagamos algo por este planeta, a veces nos quedamos en el discurso, cómo pasamos del discurso a la acción. Yo me sueño con un mayor nivel de consciencia, debemos ser más productivos y construir, apoyar buenas causas, concientizarnos, empezar a ser parte de la solución. No ser pasivos, a veces yo siento que la mayoría esta ahí mirando cómo estamos destrozando el planeta, tenemos que romper esa burbuja y generar más empatía”.

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